Jamás había reparado en la belleza onírica de esta playa. Parece diseñada para mí, o incluo por mí misma.
- No te rindas. Sigue en la onda. No es necesario que te vayas todavía. Tienes que estar serena. Todos te quieren.
Hay varios pantanos. Los separan verjas que no puedo saltar. Contienen aguas turbias, marrones. Me dan miedo.
- De ahí vienes tú, princesa, pero no te rindas, no todavía. Mantén en tus labios el sabor afrutado de la última noche que dormiste de verdad, en tu enorme alcoba, protegida de los mosquitos, con sabor a mermelada de melocotón en los labios.
¿Sabes, Arturo? Te veo entre las capas de niebla, pero no sé por qué no vienes, si deseo con fuerza besarte las mejillas, si lo único que quiero es entrar contigo al agua, nadar en círculos, secar la ropa fuera, vibrar con el frío. Eres mi amado y pareces una imagen de espejo.
- Resiste, preciosidad, pero no me llames Arturo. No sé quién puede ser ese caballero, pero tendrá que vérselas conmigo. No permito intrusos entre tú y yo. Vivo dentro del veneno si pienso que me dejas. ¡No te bañes en los pantanos, vuelve a casa!
Anoche me reí muchísimo. Me vi en un lugar extraño, yaciendo en una cama con una sábana blanca, cubierta por una sábana verde, con puntas de arbustos en los brazos y muuuuuchos amigos duendes que bailaaaaaban y bailaban haciendo círculos a mi alrededor.
- Era su bienvenida, mi amor: te estaban rindiendo honores. No era nada de lo que temer. Volverás pronto, Sofía, y ya verás como te adaptas. Te explicaré lo que son los coches. Te explicaré lo que es un teléfono. Todo saldrá bien. A mí ya me fue bien antes.