sábado, 2 de febrero de 2008

En los huecos

Estoy asombrada. Mucho. Hacía tiempo que no me quedaba sola, y no sé por qué he dejado pasar tanto tiempo sin dormirme mientras estaba despierta.

Arriba, los habitantes duermen. Aquí abajo, yo observo y disfruto. Me acompaña el viento y el frío de fuera, y también ese cosquilleo que seguro que sientes en el estómago cuando observas la noche desde dentro de la propia noche.

Escucho algo. Parecen pasos. No sé... ¡Creo que son perros! Deben de ser silvestres, de esos que no han estado nunca en la ciudad, de los que juegan con las ratas del campo y persiguen a los niños por las callejuelas del pueblo.

En un toque de respiración, en cuestión de décimas de segundo, me ha venido el olor de la moqueta. Aquí, en el rellano de la escalera, hace frío, y me quedo helada cada minuto que pasa... Pero eso es magia, porque resulta que cuando no te proteges del frío y cuando, además, aún puedes soportarlo, las cosas huelen distinto. Un señor bastante viejo que conocí un día cerca de la panadería le estaba explicando a un chico joven que le gustaba "saborear" su cigarro en exteriores, ya que en interiores no es lo mismo, y que eso es más evidente cuando se fuma en pipa. Yo comprendo al anciano.

Es tan estrecho este rellano... Si fuéramos dos, tú y yo, tendríamos que sentarnos pegados, como aquel día que nos quedamos solos después de que mis abuelos y mis primos se fueran a dormir. No hace tanto tiempo, pero me parece una eternidad. Era invierno pero no noté frío. Quizá mi cuerpo sí, pero mi alma estaba encendida entera. Fue aquella noche cuando me propuse no volverme a estresar en la ciudad si no estaba segura de que iba a volver pronto al campo.

Llevo puesto un vestido blanco finísimo, antiguo. Ni siquiera recuerdo de dónde lo he sacado. La cosa es que no tenía previsto quedarme aquí esta noche, pero estaba algo deprimida y pensé en hacer justo lo que estoy haciendo: estar en el campo en mitad de la semana, aunque sepa que mañana vuelvo a mis rutinas de trabajo y de agitación. Realmente disfruto, y mucho. Seguramente tú no sabes bien lo que es esto si estás solo, pero deberías probar.

El salón, ahí tras esa puerta, es muy grande. Cuando esté completamente cansada y congelada, me sentaré en el sofá y, con la puerta cerrada, escribiré. Poco a poco, iré entrando en calor y me dejaré enamorar por el olor a leña quemada de la chimenea, lo cual es una delicia.

Me he traído la libreta y no pienso desprenderme mañana de estas ideas. Cuando vaya en el metro, las leeré y recordaré una vez más que soy persona, que mi tierna infancia está arrellanada en alguna parte de mi conciencia, y que cada momento tropiezo con personas que, en ese sentido, son tan ricas como yo.