Llegué tarde al Teatro, situado en pleno centro de la inmensa plaza. Durante bastante tiempo, amigos y familiares me habían rogado que no fuese. Claro: a nadie se le ocurriría que algo así se pudiera aconsejar... Una simple obra de teatro...
Hacía bastante que había sufrido uno de esos trastornos que antes no existían para nadie pero que ahora, con tanta ciencia y tantas clasificaciones, estaba escrito por todas partes: el trastorno del payaso borracho. Los que lo padecen son (o creen ser) payasos accidentales, bufones de la vida, seres graciosísimos que hacen morir de risa a medio mundo. Cuando tienen un momento de lucidez y se dan cuenta de que, realmente, todos los que seamos humanos somos también payasos de vez en cuando, se hunden. Y no porque prefieran ser la burla de los demás, sino porque han perdido su identidad, su razón de ser. Entonces se emborrachan, pero no de vino, sino de confusión, y vagan por las calles haciéndose todo el tiempo preguntas como quién soy yo, cuál es mi papel en esta vida, y todas esas cosas.
Antes de entrar al teatro creía que aquello no era nada, que lo que iba a ver era soportable. Estaba anunciado hacía mucho y se llamaba "El show del payaso". Me senté en una butaca de las más cómodas (las había que se hundían en cuanto alguien se sentaba, y no se le volvía a ver; también las había que se plegaban con la persona dentro, y sólo se le veían los ojos, blancos y brillantes, empotrados en lo que se veía de respaldo...). Bueno, a mí me tocó una de las más cómodas porque lo único que me hizo fue sacarme un par de brazos, con sus manos y todo, que primero aplaudieron mirando hacia mí, y luego me acariciaron llegando casi abajo. ¡Ahhhh, creo que eran manos de mujer!
Comenzó la actuación. El payaso, vestido con ropas de cuadros de colores y con nariz postiza y todo, empezó a marcar un ritmo con uno de sus pies. Le siguió la percusión, con el mismo ritmo. Se encendieron entonces decenas de focos de luz y una fila de gallos, que estaban detrás del todo, empezó a reírse del payaso gritando "¡Ua-ja-ja-jaaaa!" al compás del ritmo. Fue ahí cuando empezó la melodía burlona del acordeón. Un golpe del pie del payaso, un toque breve del acordeón; un ¡Ua-ja-ja-jaaaa!, unos toques burlones que eran como risas acordeonizadas.
Y el payaso empezó a entonar, en medio de toda esa burla orquestada, su canción. Habló de muchas cosas, demasiadas... La historia del payaso que va siempre eliminando sus pasos; creo que era su vida en flash-back lo que estaba contando.
Insoportable.
El estribillo fue espantoso. Cuando el decía "Un payaso", una voz de hombre a veces y a veces de mujer gritaba "¡Eh, eh!". Entonces el payaso, exhausto, repetía "Un payaso"... ¡y los gallos, mientras se burlaban los acordeones, que ahora eran muchos, soltaban un "Brrl-brrllu-brru".
Así hasta que el payaso, envuelto en su locura, alzando los brazos y abriendo los ojos como en una alucinación, continuaba con su canción: "Es la historia de un payaso -- que va siempre eliminando sus pasos".
Sufrí muchísimo. Aún sufro al recordarlo. Al salir del teatro tuve que correr, y me perdí por las calles, y evité las avenidas, y me crucé con gentes que me miraron mal, demasiado mal...
Os recomiendo la obra. Pero tendréis que ir a otro sitio a verla: sólo actúan una vez en cada ciudad.
Hacía bastante que había sufrido uno de esos trastornos que antes no existían para nadie pero que ahora, con tanta ciencia y tantas clasificaciones, estaba escrito por todas partes: el trastorno del payaso borracho. Los que lo padecen son (o creen ser) payasos accidentales, bufones de la vida, seres graciosísimos que hacen morir de risa a medio mundo. Cuando tienen un momento de lucidez y se dan cuenta de que, realmente, todos los que seamos humanos somos también payasos de vez en cuando, se hunden. Y no porque prefieran ser la burla de los demás, sino porque han perdido su identidad, su razón de ser. Entonces se emborrachan, pero no de vino, sino de confusión, y vagan por las calles haciéndose todo el tiempo preguntas como quién soy yo, cuál es mi papel en esta vida, y todas esas cosas.
Antes de entrar al teatro creía que aquello no era nada, que lo que iba a ver era soportable. Estaba anunciado hacía mucho y se llamaba "El show del payaso". Me senté en una butaca de las más cómodas (las había que se hundían en cuanto alguien se sentaba, y no se le volvía a ver; también las había que se plegaban con la persona dentro, y sólo se le veían los ojos, blancos y brillantes, empotrados en lo que se veía de respaldo...). Bueno, a mí me tocó una de las más cómodas porque lo único que me hizo fue sacarme un par de brazos, con sus manos y todo, que primero aplaudieron mirando hacia mí, y luego me acariciaron llegando casi abajo. ¡Ahhhh, creo que eran manos de mujer!
Comenzó la actuación. El payaso, vestido con ropas de cuadros de colores y con nariz postiza y todo, empezó a marcar un ritmo con uno de sus pies. Le siguió la percusión, con el mismo ritmo. Se encendieron entonces decenas de focos de luz y una fila de gallos, que estaban detrás del todo, empezó a reírse del payaso gritando "¡Ua-ja-ja-jaaaa!" al compás del ritmo. Fue ahí cuando empezó la melodía burlona del acordeón. Un golpe del pie del payaso, un toque breve del acordeón; un ¡Ua-ja-ja-jaaaa!, unos toques burlones que eran como risas acordeonizadas.
Y el payaso empezó a entonar, en medio de toda esa burla orquestada, su canción. Habló de muchas cosas, demasiadas... La historia del payaso que va siempre eliminando sus pasos; creo que era su vida en flash-back lo que estaba contando.
Insoportable.
El estribillo fue espantoso. Cuando el decía "Un payaso", una voz de hombre a veces y a veces de mujer gritaba "¡Eh, eh!". Entonces el payaso, exhausto, repetía "Un payaso"... ¡y los gallos, mientras se burlaban los acordeones, que ahora eran muchos, soltaban un "Brrl-brrllu-brru".
Así hasta que el payaso, envuelto en su locura, alzando los brazos y abriendo los ojos como en una alucinación, continuaba con su canción: "Es la historia de un payaso -- que va siempre eliminando sus pasos".
Sufrí muchísimo. Aún sufro al recordarlo. Al salir del teatro tuve que correr, y me perdí por las calles, y evité las avenidas, y me crucé con gentes que me miraron mal, demasiado mal...
Os recomiendo la obra. Pero tendréis que ir a otro sitio a verla: sólo actúan una vez en cada ciudad.