domingo, 19 de junio de 2011

Simpáticos pájaros

En las selvas remotas de La Gran Víbora, casi escondidos en cuevas que ni salen en los mapas, viven unos pájaros de colores cuyo misterio he descubierto yo hace poco.

Todo ocurrió cuando sobrevolábamos en uno de los helicópteros de la compañía. ¡Sí: aquéllos que casi no vuelan, que tienen hélices que parecen siempre a punto de detenerse!

Lidia viajaba con nosotros. Yo llevaba ya dos noches y dos días sin dormir, y Dimitri más de tres. Su barba, espesa y misteriosamente brillante, se movía temblorosa mientras decía: "Tagoba, me lo dijo Tagoba, y como me lo dijo Tagoba tiene que ser verdad".

Después de tres noches sin dormir y adentrándose en la cuarta, entre las frases que repetía de forma casi delirante estaba ésa. Según él, un tal Tagoba le había prometido que en La Gran Víbora era donde estaba el artilugio: esa verdadera isla flotante que se elevaba en el cielo, y donde los que entraran podrían gobernar el tiempo como si fuera el cuadro de mandos de una nave espacial.

Yo era todavía muy joven para desdeñar las aventuras, y por eso fui gustoso a la expedición.

Bueno, en realidad me convenció Lidia.

Un día, estaba yo en el museo Sístole-Diástole admirando las "Fechorías Galácticas" de Fischer Pavel II. ¡Óleos de astronaves, invasiones espaciales, OVNIs, polvos cósmicos! ¡Ufff, estaba flipando, y no me podía creer lo que estaba viendo. Tanto, que cuando de repente vino hacia mí una chica rubia, con melena corta y andares medio aristocráticos con su falda blanca casi amarilla (Lidia), no os podéis imaginar el grito que di. ¡Y a ella la asusté, desde luego que la asusté! De un salto dio media vuelta y se marchó corriendo. Yo me quedé perplejo, alucinando de cómo había pensado que ella era la extraña entre tanto extraterrestre, y de repente, en un golpe de calor que me llenó la cara, me empecé a reír solo.

Pero no hizo falta que siguiera solo, ya que oí como ella lloraba de risa en la sala contigua, la de Mohammad Culad y su "Filología de la Memoria", con las piernas desesperadamente cruzadas y los ojos muy abiertos, con lágrimas por toda la cara.

En esos días yo llevaba gruesas patillas, y tenía el pelo crecido tanto a lo alto como a lo ancho. Me gustaba el whisky y escuchaba música "fanta" japonesa, con la que me creo que son gatos en celo los que cantan. Me pasaba horas componiendo música, y me encarraba en hoteles de mar o de montaña para preparar mis creaciones, que firmaba con el pseudónimo de Saco en Movimiento. Por supuesto, toda mi música sonaba en vinilo, que era el formato con el que crecí envuelto en sonido.

Bueno, Lidia y yo nos acercamos mutuamente sin parar de reír, y su primera broma fue: "¿Te habrías asustado menos si hubieras visto pájaros de colores por encima de tu cabeza?",

Unos días después, en el night club silencioso La Paliza, entre escenas de un erotismo casi adolescente, fue cuando Lidia me dijo que esos pájaros existían, pero en una isla cuya existencia se dudaba.

Yo le pregunté que cómo era posible eso; si la isla no existía, ¿cómo iban a existir los pájaros? En lugar de responderme, tras rebuscar en su bolso me ofreció el folleto de la promoción para ir en helicóptero al Gran Oeste Galáctico. Estaba borracho, y firmé un papel lleno de líneas que resultaron ser la letra pequeña de un contrato de exploración a tiempo real, "sin incluir opción supercuerda". ¿Os imagináis como me reí cuando, a la mañana siguiente, tras despertarme y prepararme el desayuno, me encontré con el contrato en las manos?

La cuestión es que era un verdadero contrato, y ahora llevaba dos días sin dormir en un helicóptero donde el conductor, que era Dimitri, parecía invencible tras los mandos.

Al llegar a cierto punto de las montañas descubrimos que todo era rojo: ¡era como estar envuelto en pólvora o azufre! Y flotaban cosas en el aire. Había moléculas de polvo que no eran moléculas, sino arañas casi invisibles que no parecían necesitar sus telas. Había también sonidos, pero desgarradores. Venían de gargantas que parecían humanas, pero a la vez sonaban como máquinas. Un descubrimiento para los sentidos.

¡Ja, pero menuda sorpresa nos llevamos cuando unos seres verdes nos salieron al paso besando la tierra, sonriendo con los ojos y diciéndose unos a otros rumores al oído!

¡Qué fuerte!: nos tendieron una alfombra roja por el suelo y nos dijeron: "¡¡Como en Hollywood!!", todos juntos al unísono. Como no sabíamos qué hacer, en parte porque creíamos que los días sin dormir nos estaban afectando, ¡se acercó uno de los seres, que iba con corbata por encima de la piel, y con voz de actor de cine nos dio paso a su galería!...

...

Seguimos en contacto

Hubo un tiempo en que otros cantaron, tocaron instrumentos, bailaron. Generaciones más tarde, siglos más tarde, la armonía de sus acordes nos puede hacer cambiar, sentirnos diferentes, incluirnos como huéspedes en entornos de leyenda, donde eran otros los parámetros.

Seguimos en conexión. Si queremos, en lugar de confiar en la posibilidad de vida en el espacio exterior, podemos atravesar lo que otros han dejado. Podemos recrearnos en la historia y su música. Podemos relativizar nuestra tristeza, nuestros argumentos, nuestro yo, porque son simplemente actuales.

El perro y las sorpresas matinales

Es increíble cuando me doy cuenta de que la mente puede estar en frágil sintonía con el cuerpo. Y que puede ayudar a la imaginación, dando sensualidad a las percepciones.

El perro juega con la arena del parque mientras la niña, que está creciendo, suspira por cosas de la vida que ella ve de colores cuando las piensa.

Tiene un vestido con el que se mueve en una danza que le eleva el ánimo. Si ve pasar a un señor que anda pesadamente, o a una pareja que habla de asuntos cotidianos, se les queda mirando e interpreta.

Cuando interpreta a los demás se comprende a sí misma. Sus deseos son sólo una pequeña partícula si los comparamos con todo lo oculto que hay en las personas.

El perro la observa. Tumbado en la arena, con los ojos adormilados y la cola en continuo balanceo, sus pensamientos también existen. La gran ciudad no es como la pequeña, y donde antes había brisa marina ahora hay viento seco. Pero ahora es verano. La libertad es mayor en el aire. Los niños vuelan con la mente, y el mundo se multiplica según su deseo. Cuando sean adolescentes, el mundo lo harán juntos a conciencia.

A su manera, la niña y el perro son piezas del mundo.

Perfiles

Dentro del palacio, los relámpagos (de al menos 400 ultravoltios de potencia) nos anuncian el cataclismo. Las efigies (negras, brillantes, de bronce) tiemblan, y una de ellas es tu vivo retrato.

¡Eh, hay otra que se te parece! Aunque ninguna de ellas tiene pelo y a primera vista parecen idénticas, fíjate: ¡parece tu hermana gemela! Y tú que estabas tan seguro de ser hijo único...

Alégrate. Sería demasiado si tuvieras que soportar el YO de tu propia efigie mirándote bajo la luz ultranatural de los relámpagos. Tan serio, tan demacrado, tan antihéroe. En cambio mira a tu hermana. Parece que disfruta, como disfrutan algunos humanos bajo una tormenta.

¿Qué ha sido eso? ¡No, idiota, mira hacia allá! Una ventana. Detrás ladra un perro. ¡Está a punto de atacarte! Pero mueve la cola. No te hará nada.

No te extrañes de que el perro no sea una estatua. Además, ¿qué crees que fue en la vida anterior?

Qué perro más simpático. Trae algo en la boca. Un periódico. ¡No!: un pergamino. Antes de que te acerques, te gruñe para que no des un paso más.

¿Cómo? ¡Es tu hermana; está acariciándolo mientras te da una pelota y te dice "Tírasela". Le haces caso, y cuando el perro salta hacia la pelota deja el pegamino en el suelo. Vaya, parece un mensaje para ti. Lo firma tu grupo favorito. Quieren saber si estás dispuesto a que te dediquen su nueva canción.